Flores Amarillas para Imelda

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Las dos fuimos adoptadas. Imelda desapareció​ durante un operativo militar en Usulután, El Salvador. Yo, fui concebida en un tiempo en el que las mujeres solteras y embarazadas eran humilladas. Después de doce años, Imelda vuelve a su país por primera vez. Su caso es el primero en ser resuelto que condujo a los Estados Unidos; el encuentro con su familia será cubierta por la prensa y estoy con ella, como miembro de Pro Búsqueda, como traductora y acompañante. El “boom” del micrófono del equipo de 60 Minutes está​ encima de nuestras cabezas. Imelda ajusta su largo cabello castaño, considera sus manos, sus uñas, el corazón dorado de cada centro. Ella me dice que no sabe qué decir. Miramos hacia el agua, las islas del lodo verde, repletas de garzas. Pienso en mi propia familia, la que no conozco. El motor del barco de pesca se agita.

 

–¿Imelda comía mucho?–le pregunto a los padres de Imelda.

Victoria acaricia las cuentas de su pasador y alisa los pliegues de su falda.

–No había mucho para comer–comienza a decir Chepe–pero le encantaba el pescado y el cangrejo.

–¡Que asco! El cangrejo es repugnante. ¿Estaba gorda?–Imelda quiere saberlo.

 

Al ver a su hija, Chepe y Victoria se ríen. Su pequeña niña tenía cuatro años cuando la Fuerza Aérea Salvadoreña, apoyada por Estados Unidos, atacó su campamento en la Isla de Monte Cristo. El bombardeo dejó a Imelda gravemente herida. Su familia la llevó a un hospital del FMLN que luego fue atacada por los soldados, e Imelda desapareció.

–Tu estómago estaba lleno de parásitos–bromea Chepe, suavizando los bordes de su pobreza rural en tiempos de guerra. Imelda pregunta por su hermana mayor, que sobrevivió al bombardeo,

–¿Blanquita y yo peleábamos?

–No–responden ambos padres.

¿Cómo explicar la supervivencia de Imelda? Tenía que haber un soldado que no siguiera las órdenes. ¿Quién la llevó del hospital guerrillero a la Cruz Roja? ¿De la Cruz Roja al orfanato?

–¿Qué juegos jugué​?

Frente a ellos se siente su hija, una joven llamada Gina, que habla inglés y vive en un lugar llamado Youngstown, Ohio.

–Te encantaba jugar en el agua–le dice Victoria a su hija.

–Solías tomar mi mano y decir: ‘vamos, Papi, tenemos que escondernos.’

–Recuerdo los aviones–dice Imelda–aparecieron de la nada. Recuerdo cuando Vilma salió herida, pero no recuerdo nada después de la explosión.

 

El pequeño barco se adentra en el manglar, más allá de las ramas expansivas de los marañones, el puño rojo magullado de su fruta. Espero palabras para llevar de ida y vuelta. Chepe grita por encima del motor y el guía lo corta. Entramos en el Río Lempa y caminamos hacia la orilla. La periodista de Manhattan mira a su alrededor y susurra,

–No hay nada aquí.

 

Victoria encuentra la primera pista. Sosteniendo un cuenco de esmalte astillado, le dice a la periodista,

–Aquí vivimos.Aquí es donde vivíamos.

Rodeamos a Victoria y la cámara empieza a grabar.

–Aquí es dónde fuimos separados–le dice Chepe a Imelda.

–Tu tío te llevó al hospital. Nos quedamos con Vilma y ella murió a la mañana siguiente.

Entre las raíces y el suelo poroso, Chepe martilla la cruz en su lugar.

–Sabía que no estaban muertos.
Imelda mira a sus primeros padres,

–Nunca creí que estuvieran muertos–les dice.

–Nunca te abandonamos–dice Chepe–pero tuvimos que huir.

–No quería irme–responde Imelda.

Victoria acerca a sus hijas, al pequeño altar. Flores de papel azul para Vilma; amarillas para Imelda, que ha regresado. El sonido de las cigarras es más fuerte ahora. Nos paramos dentro de su fiebre.

Yellow Flowers for Imelda

We were both adopted. Imelda was disappeared during a US-backed military raid in Usulutan, El Salvador. I was conceived during a time when pregnant, unmarried women were shamed into relinquishment.

Returning to the country for the first time in twelve years of absence, Imelda sits at the stern of the boat. Her case is the first to be solved that led to the United States; her family reunion will be covered by the press and I am here as a member of Pro Búsqueda to interpret and accompany. The microphone boom from the 60 Minutes crew hovers above us. Imelda adjusts her long, brown hair, considers her hands, her nails, the gold heart at each center. She tells me she doesn’t know what to say. We look toward the water, the mud-green islands heavy with herons. I think about my own family I have never met. The engine of the fishing boat trips then stirs.

 

“Was Imelda a big eater?” I ask Imelda’s parents.

Victoria touches the beads of her barrette and smoothes the fold of her skirt.

“There wasn’t a lot to eat,” Chepe begins, “but she loved fish and crab.”

“That’s gross! Crab’s disgusting. Was I fat?” Imelda wants to know.

Taking in their daughter, Chepe and Victoria laugh. Their little girl was four years old when the Salvadoran Air Force attacked their encampment on the Island of Monte Cristo. The aerial bombing left Imelda seriously injured. Her family carried her to an FMLN hospital that the Salvadoran Armed Forces later attacked, and Imelda went missing.

“Your stomach was fat with parasites,” Chepe teases, softening the edges of their rural, wartime poverty.

Imelda asks about her older sister who survived the bombing raid, “Did me and Blanquita fight?”

“No,” both parents answer.

How to explain Imelda’s survival? There had to be one soldier who did not follow orders. Who carried her from the guerrilla hospital to the Red Cross? From the Red Cross to the Orphanage?

“What games did I play?” She sat before them now–their daughter, a young woman named Gina who speaks English and lives in a place called Youngstown, Ohio.

“You loved to play in the water,” Victoria tells her daughter.

“You used to grab my hand and say, ‘Come on, Papi, we have to hide.’”

“I remember the planes,” says Imelda, “how they came up out of nowhere. I remember when Vilma was hit, but I don’t remember anything after the explosion.”

 

The boat moves deeper into the mangrove forest, past the expansive branches of cashew trees, the blush red fist of their fruit. I wait for words to carry back and forth.

Chepe shouts above the engine and the guide cuts the motor. We step into the Rio Lempa and walk toward the shore.
The Manhattan reporter looks around and whispers, “There’s nothing here.”

Victoria finds the first clue. Holding a chipped enamel bowl she tells the reporter, “Aquí vivimos.” This is where we lived.

We circle around her and the camera starts to record.

“This is where we were separated,” Chepe tells Imelda.

“Your uncle carried you to the hospital. We stayed back with Vilma and she died the next morning.”

Among the inter-tidal roots, the ground porous, Chepe hammers the cross into place.

“I knew you weren’t dead,” Imelda looks to her first parents, “I never believed you were dead.”

“We never abandoned you, Chepe says, pero tuvimos que huir...”

“I didn’t want to leave,” Imelda answers.

 

Victoria steps toward the memorial for her daughters. Blue paper flowers for Vilma, yellow for Imelda who has returned. The cicadas are louder now. We stand inside their fever pitch.